En el periodo inicial de la Unión Soviética se llevaron a cabo increíbles experimentos. Cruces entre hombres y simios, renovaciones de sangre mediante transfusiones, fijación de reflejos condicionados en los genes, inseminaciones artificiales con esperma de hombres superdotados. Todo parecía posible en aquel breve espacio de tiempo que finalizó en 1936 con los asesinatos en masa de sus supuestos oponentes.
Después de la victoria de la revolución bolchevique, la creación de un "nuevo hombre" se convirtió en uno de los principales objetivos de un ambicioso experimento que se iba a realizar en "una sexta parte del planeta". Esta búsqueda no era sólo por razones ideológicas, su desarrollo se aceleró a raíz de la enfermedad y muerte del líder bolchevique Vladimir Lenin. Su desaparición supuso una señal de alarma para sus camaradas. La élite comunista acudió rauda a las consultas de los doctores para solicitar que se les prolongase la vida mediante el uso de los más recientes descubrimientos médicos. Varios científicos se implicaron en la solución del problema, entre ellos un antiguo camarada de Lenin y más tarde su adversario ideológico, Alexander Bogdanov, de profesión medico, filósofo y escritor de ciencia-ficción. En 1924 Bogdanov comenzó a experimentar con transfusiones de sangre en seres humanos. A menudo se utilizó a sí mismo como cobaya y reflejó en un historial las mejoras en su estado general, facultades creadoras y apariencia.
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