La historia que hoy os traemos no tardaría en ser calificada como aberración humana o discriminación racial ante los ojos de cualquier europeo de comienzos del siglo XXI. Pero no hay que retroceder muchos años atrás para encontrar un tiempo en el que las exposiciones humanas con individuos llegados desde otras partes del planeta, constituían la última moda etnocentrista y todo un espectáculo para el público del viejo continente.
Como el zoológico humano que el Parque del Retiro acogió en 1887, junto a la Casa de Fieras. Otras capitales europeas ya habían exhibido tribus del mundo entero (“negros salvajes” en Barcelona o fueguinos en París). En esta ocasión, Madrid recibiría a 43 indígenas filipinos, incluyendo “algunos igorrotes, un negrito, varios tagalos, los chamorros, los carolinos, los moros de Joló y un grupo de bisayas" que se anunciaban a bombo y platillo y que causaban la admiración y curiosidad de todos los que se acercaban al parque de la capital.
Según cuentan los diarios de la época, estas personas fueron tratadas en Madrid mejor que en el resto de Europa e incluso tuvieron el privilegio de entrar en el Palacio Real y ser recibidas en audiencia por la infanta Isabel y la regente María Cristina, antes de volver a sus degradantes jaulas.
Una de las consecuencias directas del colonialismo imperante en la época fue el negocio de los zoos humanos, impulsado por el alemán, Carl Hagenbeck, mercader de animales salvajes, que en 1874 decidió incorporar nuevos "ejemplares" a su repertorio: samoanos y lapones.
Vía.ABC
Como el zoológico humano que el Parque del Retiro acogió en 1887, junto a la Casa de Fieras. Otras capitales europeas ya habían exhibido tribus del mundo entero (“negros salvajes” en Barcelona o fueguinos en París). En esta ocasión, Madrid recibiría a 43 indígenas filipinos, incluyendo “algunos igorrotes, un negrito, varios tagalos, los chamorros, los carolinos, los moros de Joló y un grupo de bisayas" que se anunciaban a bombo y platillo y que causaban la admiración y curiosidad de todos los que se acercaban al parque de la capital.
Según cuentan los diarios de la época, estas personas fueron tratadas en Madrid mejor que en el resto de Europa e incluso tuvieron el privilegio de entrar en el Palacio Real y ser recibidas en audiencia por la infanta Isabel y la regente María Cristina, antes de volver a sus degradantes jaulas.
Una de las consecuencias directas del colonialismo imperante en la época fue el negocio de los zoos humanos, impulsado por el alemán, Carl Hagenbeck, mercader de animales salvajes, que en 1874 decidió incorporar nuevos "ejemplares" a su repertorio: samoanos y lapones.
Vía.ABC
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